No es secreto que tanto padres como madres buscan que sus hijos eviten lesionarse o caer en situaciones de riesgo innecesario. El peligro de hacerse daño es en ocasiones grave e inminente, de acuerdo a los ojos de los adultos.

¿Cómo indicar el peligro a un niño?

¿De qué manera fomentar conductas de prevención sin caer en las recurrentes y, en la mayoría de casos, inservibles expresiones “¡Cuidado!” o “Cuídese mijo, cuídese”?

• Sea específico, indique con claridad cuál podría ser la fuente de peligro. No hacerlo implica en los hijos respuestas de confusión, extrema angustia y miedo, inhibiciones o actos acelerados no acertados.
• Pare antes de gritar, tómese un segundo para respirar y reconocer sus sensaciones y sentimientos ante lo que ve.
• Reflexione, observe la experiencia con una nueva mirada y pregúntese:
  • ¿Cuál es el potencial de daño serio?
  • ¿Por qué esta situación me genera incomodidad?
  • ¿Qué habilidades está aprendiendo mi hijo en este instante?
• Responda, entendiendo que no hay respuestas correctas ni generalizadas:
  • Hay peligro real inminente: actúe inmediatamente.
  • No está pasando nada: es casi seguro que se trata de un temor fundado en sus experiencias, sobre las que conviene saber, hacer consciencia.
  • Existe un peligro latente: explíqueselo a su hijo, permítale aprender a:
    • Ser reflexivo para que comprenda el entorno y su propio cuerpo, la realidad, situaciones las cotidianas, sus habilidades, capacidades, límites.
    • Resolver problemas, dialogando acerca de su plan en la situación, las herramientas con las que cuenta, el lugar (dónde), el método (cómo), la compañía con las que podría contar (quién).

Cabe anotar que ningún padre nace aprendido. Es un camino en constante construcción. Solicite apoyo siempre que lo requiera. No hacerlo puede provocar huellas indeseables e imborrables en sus hijos.

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